Tecnologías muertas
Juan Carlos Sánchez M.
Me llama la atención esa idea que se tiene del futuro como un mundo que estará repleto de tecnologías que nos prometen muchas más comodidades, diversiones e individualismo del que ya existe. Recuerdo que en la década de los 60 la visión que teníamos del futuro era de automóviles voladores, robots que harían las labores domésticas y bases científicas habitadas en la luna. En ello sin duda influyó mucho la ciencia ficción en la TV y el cine. En la actualidad, la visión del futuro que tenemos es la de vehículos que no contaminan, robots con sensibilidad y bases científicas habitadas en marte. Pareciera que en esto la imaginación no ha cambiado mucho.
Me temo que al igual que en los 60, la visión actual del futuro será poco probable que se materialice, porque se va a estrellar contra la urgencia de tener que atender las crisis que han surgido por haber sobrepasado los límites físicos de tolerancia ambiental de nuestro planeta (Rockström, J. et al., 2009)
Se trata de visiones del futuro que dejaron de ser modernas o vanguardistas: se vuelven obsoletas y anacrónicas cuando las confrontamos con las realidades de nuestro mundo. Fueron desarrollados en un momento en que no había preocupación por los impactos ambientales del derroche de energía, y no existía conciencia del agotamiento de los recursos minerales. Esa visión del futuro nunca la veremos porque pertenece a una concepción del mundo que hoy está condenada a desaparecer. Se fundamentan en tecnologías muertas, que por mucho que se anuncien en las redes sociales, no serán posible, y si alguna llega a serlo tendrá un carácter efímero por desarrollarse a expensas de la naturaleza y de los humanos.
Un smartphone, por ejemplo, contiene una gran variedad de metales, algunos de ellos metales raros. En promedio, estos teléfonos se utilizan durante unos 21 meses, y después se convierte en residuos no reciclables, que no pueden ser absorbido por los ciclos naturales y tendrán una duración de miles, o cientos de miles de años como desecho contaminante. El smartphone ha invadido todos los aspectos de nuestras vidas y se ha vuelto difícil prescindir de él. Hoy sabemos que haberlo aceptado, junto a otras tecnologías digitales, ha conducido a montañas de desechos eléctricos y electrónicos contaminantes, algunos tóxicos, que se dispersan en los ecosistemas. Ha significado también haber aceptado el extractivismo minero contaminante, que en no pocos casos desplaza a poblaciones pobres de sus territorios y se desentiende de condiciones de trabajo que violan derechos humanos en las minas. A esto se añade que el costo de la extracción de minerales metálicos será cada vez mayor a medida que escasean y hay que extraerlos desde estratos más profundos donde la concentración del metal en el mineral es cada vez menor.
Esta situación se acentuaría si pretendemos que, al igual que con los smathphones, pretendemos inundar el mercado con vehículos eléctricos y sus grandes baterías de litio, difícilmente reciclables, y otro tanto ocurre con la tecnología 5G y mucho cuidado con la llamada inteligencia artificial que, si bien puede aportar mucho al progreso, también puede significar aceptar entrar en la era de la sociedad permanentemente vigilada de todo cuanto hace. Son tecnologías que más temprano que tarde dejarán de expandirse. Son tecnologías muertas.
Necesitamos una visión distinta del futuro, no fundamentada en tecnologías sin futuro. Una visión más acorde con los límites físicos de tolerancia ambiental del planeta y, sobre todo, más humana.
Rockström, J. et al., (2009) A safe operating space for humanity. Nature 461: 472–475. https://www.nature.com/articles/461472a