¿Cuánto sabemos de esa Tierra a la que celebramos su día?
En nuestra vida cotidiana concebimos al ambiente como algo estable, pero cuando observamos a la Tierra desde el espacio vemos un mundo cambiante, vemos un planeta extraño y sorprendente, sobre todo cuando le comparamos con todos los otros planetas conocidos, y nos sorprende a un grado tal, que sobrepasa nuestra comprensión.
Antes de tener conciencia de ello, las Ciencias de la Tierra se afanaron en crear disciplinas de estudio segmentadas y cada una de ellas fragmentada en una multitud de ramas, generalmente independientes entre sí. La metodología utilizada para tales estudios era mayormente descriptiva, y el punto de vista regional, sin que existiese una teoría coherente acerca de la dinámica global que conforma el todo. La primera sospecha de que algo no andaba bien con este enfoque vino cuando los geofísicos descubrieron que el movimiento de las placas tectónicas obedece a un mecanismo que vincula a la corteza terrestre con el manto subyacente. Esta constatación evolucionó rápidamente de su percepción regional a una percepción de escala planetaria. Después, luego de algunos años, los modelos de la circulación oceánica y atmosférica a escala planetaria completaron el cuadro de la dinámica de los fluidos planetarios que conforma ciclos geológicos. Todos estos descubrimientos vistos en su conjunto condujeron a la concepción del planeta como un sistema que se regenera lentamente con flujos de materia y energía que van desde la superficie del globo hacia las capas inferiores y viceversa, y que nunca se han detenido desde que el planeta existe. Las principales fuentes de energía que rigen esta extraordinaria dinámica provienen de sus entrañas mismas, como fuente interna, y de la radiación solar, como fuente externa. Estos conocimientos geofísicos dieron paso después al estudio de los ciclos geoquímicos, que pusieron en evidencia la complejidad de las redes de ciclos de los principales elementos químicos que recorren el sistema terrestre, que han permitido explicar la oxigenación de la atmósfera, y la regulación del clima en la cual interviene el dióxido de carbono y otros compuestos.
Hoy día conocemos, además, que con cada ciclo geológico global emerge un nuevo orden, un nuevo arreglo planetario que no es una copia exacta del que le antecede, y si observamos esto en el largo plazo, constatamos una orientación general, que es la tendencia del planeta a una mayor complejidad, conectividad y diferenciación de su configuración.
Sabemos que, en su origen, la Tierra era una esfera incandescente sometida a lluvias de meteoritos que se precipitaban en los océanos de magma. Comparemos esto con lo que tenemos en la actualidad: una esfera que solamente intercambia energía continuamente con el espacio que le rodea y poquísimos intercambios de materia. De la agitación tumultuosa de corrientes de magma pasamos entonces a un arreglo ordenado conformado por un núcleo, un manto, una corteza, un océano y una atmósfera, con las placas de la corteza desplazándose a velocidades que asemejan el crecimiento de las uñas. Ha sido este arreglo el que favoreció el desarrollo de las bacterias, animales, plantas, árboles, la especie humana, y con ella la máquina de vapor, ferrocarriles, autos, edificios, Internet, celulares, obras de arte, etc. El término técnico con que se denomina a esta evolución es el de “reconstrucción generadora”. Ese es el planeta que tenemos, y es único, no hemos observado otro que se le parezca.
De todos esos procesos regeneradores planetario, el de la vida es el más complejo, porque ha sido capaz de perpetuar la información necesaria para reproducirse, transmitiéndola de generación en generación y sorteando los avatares de la selección natural. Uno puede aceptar la tesis de la aparición de los elementos básicos de la vida en el planeta, como el nitrógeno, el carbono y el fósforo, como proveniente de meteoritos que vinieron desde el espacio, pero de allí a que se conformaran moléculas super-complejas como la del ADN sigue siendo algo que elude toda explicación verificable. Lo que sí resulta incontestable para la ciencia es que la radiación solar y los gradientes químicos presentes en el ambiente suplen la energía necesaria para la división celular, facilitan la absorción de nutrientes y su procesamiento catalítico-enzimático en los seres vivos y permiten la descarga de residuos y calor en ese mismo ambiente circundante. Por lo tanto, puede afirmarse que la actividad metabólica de los seres vivos es en esencia una manifestación a escala local de los ciclos geo-químicos del planeta. Es por ello que pensar al ser humano como un ente que domina y rige el planeta es totalmente erróneo, y darnos cuente de ello es el primer paso hacia una visión distinta y que ayuda a crear una relación distinta de la humanidad con la Tierra, una relación simbiótica en la cual solo podremos cuidarnos, si cuidamos debidamente de nuestro planeta.
Juan Carlos Sanchez M.