¿Antropoceno o transición ecológica?

El Atlas de Justicia Ambiental (https://ejatlas.org/?translate=es), es un proyecto que documenta y cataloga los conflictos sociales derivados de impactos ambientales en el mundo mostrando, de manera sorprendente, como a pesar de haberse logrado tantos acuerdos ambientales internacionales, tanta legislación ambiental y tantas iniciativas de Naciones Unidas, el numero de conflictos sigue siendo extraordinariamente alto. Ello, aun cuando el Mapa solamente recoge los conflictos debidamente documentados, lo cual hace pensar que el número de conflictos debe ser mayor, pues no todos están documentados.
Esta constatación no hace sino reforzar la visión general que se tiene de que el ambiente se degradada cada vez más, la pérdida de la biodiversidad avanza de manera indetenible y las emisiones de gases de efecto invernadero siguen incesantemente en aumento. Pero la mirada a los problemas ambientales en un contexto general o global puede conducir a percepciones muy distintas a lo que se percibe en escala local.
La mirada global llevó a los científicos a proponer darle el nombre de Antropoceno a una nueva era geológica, que sería en la que nos encontramos actualmente. Se trata de una era donde el impacto de las acciones humanas está cambiando el sistema de nuestro planeta como un todo, y lo está cambiando para mal. Según este planteamiento, el Holoceno, que comenzó hace unos 12.000 años y se caracterizó por ser un período de moderación y relativa estabilidad climática que permitió el desarrollo de la humanidad, desde la aparición de la agricultura hasta la diversificación de las civilizaciones, ha terminado, y surge ahora una nueva era que es este Antropoceno, caracterizado por la inestabilidad climática y la ocurrencia de eventos impredecibles. Se trata de una propuesta que enfatiza el carácter global e irreversible de las transformaciones ecológicas de las que son responsables las acciones humanas. Es decir, que los problemas ecológicos no son solo sectoriales, porque afectan a toda forma de vida en la Tierra.
No se trata de un desorden temporal tras el cual podríamos, mediante esfuerzos enormes restablecer la situación anterior. Ello, ya no parce ser posible, por ejemplo, con el cambio climático pues, aunque consiguiéramos dejar de añadir CO2 a la atmósfera, el cambio climático en curso continuaría, debido a las emisiones del pasado. De ser así, ya habremos escrito nuestro destino, y si rebasamos la meta de dos grados centígrados de calentamiento, las consecuencias serán gravísimas, imposibilitando seguir viviendo con todas las comodidades que hemos disfrutado hasta ahora. Según esta perspectiva, las esperanzas que podíamos tener sobre el desarrollo sostenible desde el comienzo de la década de 1990 se están desvaneciendo. Según esta perspectiva, el Antropoceno es inevitable, no se puede cambiar para evitar las graves amenazas implícitas, y más bien es necesario tratar de adaptarse al hundimiento catastrófico que se avecina.
A la catástrofe del Antropoceno se le opone la idea de una transición ecológica, que es un proceso de transformación social con el objetivo de avanzar hacia un modelo de desarrollo sostenible, siendo la transición energética para la mitigación del cambio climático una parte fundamental de su hoja de ruta, sin obviar la vinculación al desarrollo rural y a la preservación de los servicios ecosistémicos esenciales para el bienestar y la salud humana como el agua, el suelo, los bosques, los océanos, el paisaje, la cultura y la biodiversidad. Lo que no está totalmente claro en la idea de la transición, es el camino a seguir y, en consecuencia, el ritmo al cual debe o puede ocurrir esta transición, y como controlarla.
Estamos entonces en presencia de dos ideas que se contraponen: el Antropoceno, que representa el colapso, y la transición ecológica, que representa una esperanza.
En el primer caso, se enfatiza el hecho de que ya cualquier transición es inútil, porque sería demasiado lenta, mientras nos amenaza un colapso global del sistema en el que después de una serie de choques ecológicos vinculados entre sí, ya no será posible satisfacer los requerimientos de energía, necesidades alimentarias y de salud de las poblaciones, mientras que en el segundo caso, pretendemos avanzar hacia una sociedad prácticamente sin crecimiento, incluso quizás en declive, y sin embargo más justa y próspera que lo que ahora tenemos, pero que requiere un profundo cambio de comportamiento.
La esperanza de la transición ecológica implica, en el fondo, hacer todo lo posible para evitar el colapso del Antropoceno, mientras que quienes rechazan toda posibilidad de impedir el colapso dicen que más bien es necesario prepararse desde ya para vivir en un mundo disminuido, amenazado de extinción.
Lo curioso es que ese colapso, que se plantea como un destino, nadie sabe cuándo ocurrirá. Se puede estar convencido de que es cierto y hasta de que está cerca, pero ello no implica que sea inminente, y esta situación de no inminencia es perniciosa porque incita a no cambiar de conducta y, por lo tanto, a seguir como hasta ahora, sin movilizar esfuerzos para tratar de enfrentar la degradación. Si observamos mas de cerca esta idea, constataremos que el colapso se sostiene en una narrativa que reúne a todos los elementos que hoy preocupan, como la pérdida de biodiversidad, acumulación de contaminación, agotamiento de los recursos naturales, cambio climático e interrupción de los grandes ciclos biogeoquímicos, como un todo, y quizás ese es su defecto. Si bien nadie escapa al deterioro ecológico, este no golpea de la misma manera, ni con la misma fuerza a diferentes poblaciones, y no se vive de la misma manera, incluso dentro de cada país, y por lo tanto no todos reaccionan a estos impactos de igual manera.
La gran narrativa del colapso es la de una catástrofe global que solo una gestión mundial del planeta, que es políticamente imposible, podría haber evitado. En tal narrativa, que implica la unidad del mundo y una multitud de individuos a los que se les pide un poco más de solidaridad y cooperación, desaparece la realidad y la diversidad de los pueblos y grupos sociales. Sin embargo, es en esa diversidad de pueblos donde tienen lugar las acciones de transición. Porque en todo el mundo existe una multiplicidad y una gran diversidad de iniciativas y experiencias cuyas trayectorias se desvían del destino sistémico y catastrófico. Se trata de iniciativas a favor de frenar la carrera por la competitividad, el crecimiento a cualquier precio, el productivismo y el consumismo.
Se trata de comprometerse individual y colectivamente en una vida más igualitaria y austera; por el respeto a la naturaleza; experimentar una transformación de las relaciones sociales, de los estilos de vida y de las formas de producir y consumir, para insertar sus acciones en el mundo teniendo en cuenta al máximo el entorno natural y social. Es muy significativo en particular, que los ciudadanos que están apostándole a experimentar otras formas de vivir y habitar, tanto en la ciudad como en el campo, no se han comprometido por convicción catastrófica, sino por buscar vivir diferente y vivir mejor.
Así, cuando miramos el Atlas de la Justicia Ambiental, podemos asombrarnos del gran numero de conflictos pendientes de resolver, pero tan o más importante es destacar la gran cantidad de movilizaciones existentes contra el extractivismo petrolero y minero, o rechazando la explotación del gas de esquisto, acciones contra la privatización del agua, movilizaciones por la preservación de la selva y el mantenimiento de la agricultura campesina… Se trata de mapear, en todo el mundo, los conflictos en torno a la destrucción de servicios ecológicos y la defensa del ambiente. Estas son acciones que posiblemente, ante la gravedad de la crisis ecológica y a la indiferencia que con demasiada frecuencia muestran las autoridades, conduzcan a la adopción de verdaderos compromisos donde a la larga se decidirá la habitabilidad futura de la Tierra y el destino del planeta. Vemos así cómo, pasar de la uniformidad de lo global a la diversidad de lo local, es salir del catastrofismo, y ver reabrir posibilidades de acción, en toda su pluralidad.